13.4.24

La elegante melancolía


Francisco Bejarano
Renacimiento, Sevilla, 2024. 72 páginas. 16 €
 
Bejarano (Jerez, 1945) justifica su título porque “son muchos más los [momentos] de melancolía que los de júbilo. El júbilo es muy aparatoso, pero dura muy poco, poquísimo”. Hacía veintidós años que no publicaba un libro de poemas. El regreso concluía entonces la estricta senda formada por Transparencia indebida (1977), Recinto murado (1981) y Las tardes (1988, Premio de la Crítica). En 2011 apareció el florilegio Un juego peligroso. Además, ha dirigido revistas, escribe artículos periodísticos y es autor de algunas obras de prosa y ensayo. Fue incluido por García Martín en su encomiable antología Las voces y los ecos, una suerte de retaguardia novísima.
Dividido en cinco partes, el amor es el asunto central de esta inesperada entrega. “Huyamos del amor”, proclama. “Pude querer y ser correspondido. / El amor poderoso me dio miedo”. “Es mi dolor”, confiesa. “Ya no hay tiempo”.
A sus fracasos, a su necesario desprestigio, a su invisibilidad y su “materia oscura” se refiere en poemas que adoptan un tono sentencioso y clasicista, propio de la mejor tradición andaluza; cadencia compuesta en torno a la serena música del endecasílabo.
Se impone la libre soledad y la dulce tristeza (“un amor tan antiguo como mío”, “vaga sombra / fue la melancolía desde niño”). Su refugio, la casa (“todo está en casa y en nosotros mismos”), los libros (“ennoblecí con libros las paredes”), la rutina (lo igual, que es lo distinto), los sueños (“Aún soy un niño /perdiéndose en un mundo que no existe”), las artes (como el cine, que saben “detener el tiempo” y “dan más vida que la vida”), los recuerdos (“La verdadera vida es la memoria”) y la escritura (“es un dolor a solas / buscando la verdad y la belleza”).
“¿Ayudará a vivir escribir versos?”, se preguntaba Bejarano. Su libro es la respuesta.
 
NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.

12.4.24

Lecturas

Después de El sueño de los vencejos y Visita de año nuevo, el poeta Antonio Moreno (Alicante, 1964) cierra con Cuatro retratos incompletos su "imprevista trilogía" centrada "en la exploración de los lugares de la memoria personal y familiar". Esta tercera entrega, escrita en 2017 y, por tanto, previa a lo ya publicado, aparece de nuevo en Newcastle Ediciones y da cuenta de la vida de sus cuatro abuelos. Es un libro delicioso (con un breve álbum fotográfico) que reafirma en uno la sensación de que en Moreno hay un prosista emboscado. ¿Será verdad que la mejor prosa la escriben los poetas?

Permanencia, de la guipuzcoana Castillo Suárez (Alsasua, 1976), traducido del euskera por Fernando Rey, y que edita con primor Cuadernos del vigía, es un libro singular. No me extraña que, como subrayan los editores, su autora sea "una de las voces poéticas más consolidadas de la poesía vasca actual". Da fe de una poética tan delicada como potente. Sensibilidad y certeza. Esta mujer, no cabe duda, sabe lo que hace. Y el porqué. ¿Cuánto dura lo efímero?, podría ser la pregunta. Los amores, el sexo ("Follar contigo es viajar a un prado no segado"), las parejas... "Cuando se esclarezca / por qué tememos a quienes amamos,/ habrá llegado el final de la poesía". Sí, puede que este libro sea "el relato imposible de todo lo que cae sin hacer ruido". 

El periodista Fernando del Val (Valladolid 1978) vuelve a la poesía con Ahogados en mercurio, un título inquietante que procede del heterodoxo Houellebecq. Lo publica la Fundación Jorge Guillén en la exquisita colección Maravillas Concretas, tan secreta como todas las suyas. Quince años ha tardado en terminarlo. De "balcón orientado a la decadencia de occidente" habla al referirse a él. Cuenta que fue escrito, en su primer impulso, en Ávila, a la sombra lectora de "San Juan y Santa Teresa". Sin mayúsculas ni signos de puntuación. Prima la condensación de las ideas. "No me gusta nada del presente", confiesa. Sus acerados aforismos, versos naturales de quien proviene de la filosofía, no dejan indiferente a quien lee, misión fundamental en cualquier lectura. Muestran a un hombre y a un mundo sin compasión. Las iluminaciones de un ser tan lúcido como perplejo. "buscaba palabras nuevas / no definiciones / lágrimas deshojadas / astillas de mármol". 

Ariadna G. García reúne en un mismo volumen que publica la Editorial Universidad de Alcalá dos libros unidos por su tono de impronta humanística: Sabiduría de los límites y Línea de flotación, que ya había aparecido en Puerto Rico (prologado por Jamila Medina Ríos) en 2017. Lleva un prólogo de Luis García Montero y la nota de contracubierta es de Jorge Riechmann. Dos buenas pistas. También la cita de Marco Aurelio que lo abre: Condúcete con amor. El segundo recuerda que en su poesía "palabras como biofilia, compasión y amistad se esponjan con calidez". "Escucho y vivo", escribe. Y: "Sigue siendo / posible / lo improbable". Dice que Sabiduría... "supone una incursión en la poesía ecológica y anticapitalista". Que ambos, añade, "presentan un despojamiento retórico que los aproxima a la poesía pura". Uno, en fin, sólo lee en ellos poesía. De la pura experiencia; esto es, apegada a la vida. Muy existencial y del presente. No es poco. En cuanto a la pretensión de que el libro contribuya, "aunque sea un poco", al "cambio de nuestro paradigma cultural", es un asunto que se me escapa. Uno lee, repito, y basta. Versos "protectores" y "solidarios". Con gusto. En especial, los menos ideológicos, en poemas como "Insomnio", "Mar" o "Calabaza".

Impresiona leer los ciento veintiocho títulos que contiene, hasta ahora, el catálogo de la colección La Gruta de las Palabras, que dirige Fernando Sanmartín para las Prensas de la Universidad de Zaragoza. El último, Motel Pandoralibro del inquieto bloguero zaragozano Octavio Gómez Milián, profesor de Matemáticas y coleccionista de tebeos, figuras y vinilos. 
Tal vez sean la pasión y el miedo lo que mejor transmite esta obra veloz y unitaria que transita desconcertado por las calles vacías de una ciudad fantasma y por los pasillos y habitaciones hospitalarias donde su padre, seriamente enfermo, lucha con la muerte. En plena pandemia. "Nada vive hasta que la muerte muere". 

De Brooklyn a Isla Negra. Poemas predilectos (Cuadernos de Humo), titula Javier La Beira su hermoso florilegio, en tanto que objeto libresco, con ilustraciones inéditas de Pérez Estrada y previo encargo del editor Hilario Barrero, que la patrocina junto a la librería Isla Negra. "Antología de poesía malagueña contemporánea", reza en el subtítulo, en homenaje al mítico impresor Ángel Caffarena, que así nombró a la suya en 1960. Este detalle, el del subtítulo, no es baladí. Quiero decir que por mucho que uno se excuse en lo "inconsciente" y "temerario" a la hora de "escoger, de entre los casi infinitos poemas escritos por poetas coetáneos de mi ciudad, un número finito de ellos", los que le "impactaron", sus "predilectos", cuesta asumir que deje fuera de la muestra algunos versos de Álvaro García o de Alfonso Canales. Entre treinta y tres, desconocidos mediante... Veo que José Sarria enumera en su muro de Facebook a muchos olvidados más: Maillard, Romojaro, Villalobos, Aguado... Por encima de este detalle, que sólo puede achacarse a mi propia inconsciencia y a la edad tardía, las mismas debilidades que esgrime La Beira, reconozco la valía de la mayor parte de los poemas recogidos. Los de María Victoria Atencia, Isabel Bono, Aurora Luque o Alfredo Taján, por ejemplo. Imagino que es lo que de verdad importa. Ah, destaco, conviene subrayarlo, la belleza material del cuaderno, que, por suerte, querido Hilario, no es, en rigor, de humo. 

Me gustaría terminar este breve repaso con otro descubrimiento. Perdonen mi ignorancia. El de la pintura sobre metal (casi siempre) del aragonés Ignacio Fortún. La veo a través del magnífico catálogo que con motivo de su exposición Cinco capítulos publica el Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social de la Universidad de Zaragoza (que dirige Yolanda Polo) en PUZ. 
Los textos de José Ángel Cilleruelo, Fernando Sanmartín y Desirée Orús, además de los del propio pintor, ayudan a comprender mejor esta obra que aúna misterio y claridad. Figurativa, sí, pero no exenta, ya digo, de "candados", pero de los que "se abren sin ninguna llave. Porque la llave es la mirada", como nos explica en su precioso texto Fernando Sanmartín. 
Me ha llamado especialmente la atención el punto de vista arquitectónico de la obra de Fortún. Y la personal presencia de la naturaleza. De esas visiones (ah, los hombres de espalda) surgió un poema, y ya hacía meses. Muito obrigado.

7.4.24

El don de nombrar

Los que seguimos la guadianesca trayectoria literaria de Carlos Medrano (Salamanca, 1961) llevábamos tiempo esperando un nuevo libro de poemas que acompañara a Corro (1987) y Las horas próximas (1989), que junto a las plaquettes A lo breve (1990) e Imágenes, encuentros (1996), constituía el sucinto corpus su poesía édita. Es verdad que en 2021 rompió un silencio de años y dio a la imprenta Entorno claro, un conjunto bien ideado de haikus y jaiquillas; así y todo, ya digo, quienes frecuentamos su blog Isla de lápices éramos conscientes de que los poemas que allí venía publicando desde 2010 (con independencia de su fecha de escritura) merecían ser ordenados y recogidos en uno o más volúmenes y, en consecuencia, ser trasladados al papel. Por suerte, una parte sustancial de ese material inédito conforma La imperfección de la belleza, hermoso título para una obra bien impresa y de diseño tan sobrio como elegante que una oportuna llamada de Antonio Piedra, director de la colección de poesía de la Fundación Jorge Guillén (e inventor, por cierto, de la jaiquilla), logró al cabo propiciar.
“Brota la mies donde la soledad habita, / hay una cicatriz que cura / y la vida, ilegible, nos sucede: / la imperfección de la belleza”. Con estos versos se abre este libro dividido en tres partes. “Mirar qué nada”, leemos. Desde el principio, parquedad, concisión, un ir a más con menos, de manera sutil y precisa. Eso y un regusto clásico de fondo, de asentadas lecturas de los maestros españoles del Siglo de Oro (Garcilaso ante todo) marcan el tono, definen la voz poética de Medrano, apellido de un poeta de aquella gloriosa época, sevillano y barroco  por más señas. La naturaleza civilizada, la del parque y el jardín, entona con esa manera de decir arraigada en la tradición.
Pronto, el paisaje y los lugares desde los que meditar sobre el paso del tiempo, desde los que contemplar la vida. El Campo Grande de su ciudad por excelencia, la Covaleda de su juventud, Jaraíz de la Vera y el Cementerio Alemán de Yuste, Castilla, las portuguesas Sesimbra y Évora (visita que origina un precioso poema) y, cómo no, la isla donde reside desde hace décadas, Mallorca y, ya allí, Artá. “Soy un hombre que se confunde con su isla”, ha escrito. Y: “De donde hemos querido, nunca nos vamos del todo”.
Del ritmo que inspira su métrica poco cabe decir salvo que adopta formas clásicas también, aunque a veces se quiebren gracias al oportuno uso del encabalgamiento. En ocasiones, escoge el poema en prosa para expresarse. “La nota más vibrante / reside en lo sencillo”, anota. Sin olvidar que “la belleza se arraiga en lo difícil”. Versos que me llevan a subrayar lo que de aforístico y sentencioso tienen a veces los versos reflexivos de Medrano.
Esa música callada a la que aludo se adecúa bien al intimismo y la melancolía (“Saudade”, “Rompimiento”) que subyace en estos versos donde priman la sensibilidad y la sugerencia. Más la aceptación, digna de ser celebrada, que el descontento y la amargura que toda existencia lleva, mal que nos pese, aparejados. Tan inevitable como la muerte, que asoma sin remedio: “La muerte no es morir, es lo que pierdes”. “En tu boca la vida da la mano a la muerte”. “Soy el superviviente de mí mismo”, concluye.
Estamos, según creo, ante una poesía que cabe calificar de limpia (no se me ocurre un adjetivo mejor), por transparente y por honesta. Lenta y luminosa. Que huye del artificio, tanto literario como moral. La de “la luz que nombra el mundo”. Léase, por ejemplo, “Vasijas”.
Medrano es un poeta detallista, meticuloso. Se ve en cada palabra, en cada verso, en cada poema. Todo está perfectamente calibrado: “Tuve fe en las palabras más hermosas / que con amor brotaron de mis labios”. De ahí que transmita sosiego. Y silencio, paradójicamente, por más que esté lejos de participar de manidos presupuestos de tendencia o escuela. Para empezar, porque huye del hermetismo gratuito y de la elipsis arbitraria.
Lo cotidiano (“Nada es en vano ni pasa inútilmente”) suele ser motivo bastante para llevarlo al poema: “busco la claridad de lo inmediato”. En medio de un paseo, pongo por caso: “A veces, toda la sabiduría que requiere un poeta / desciende de un paseo descalzo por la naturaleza”. Ante la visión del mar, un motivo constante. “Cualquier lugar conduce al universo”, escribe.
La mirada es esencial aquí. Cada poema, un punto de vista. Y la lectura, por eso hay poemas dialogados, diría, a modo de homenaje incluso, con personas a las que trata o trató y a las que admira como lector: Francisco Pino, Ángel Campos Pámpano, F. J. Irazoki (título de un poema), Fernando Aramburu, José Jiménez Lozano, Tomás Sánchez Santiago… “Cuatro emblemas” da buena cuenta de su concepto de la amistad, línea fundamental de su poética. Véase la tabla de dedicatorias.
La identidad y el yo, además de los otros (léase “El laberinto transparente”, sobre su vecino enfermo), ocupan su espacio en esta poesía introspectiva (“Ánfora”). En poemas como “De lo adverso”, “Desierto”, “Claro de alquimia” y Del presente”.
Los poemas de “La memoria tranquila”, tercera parte del libro, ”van dirigidos a mi madre”. “Yo soy también lo que tú eras”. “Casa deshabitada” es paradigma de que la contención se impone, incluso en temas tan delicados como este, a lo meramente emocional; a la búsqueda de un equilibrio y una armonía que solo la poesía tal vez pueda ofrecernos.
“Percibir la memoria / tranquila de las cosas. / Ese espacio apacible / al paso de la vida, / el del don de nombrar / con bondad las palabras”.
 
La imperfección de la belleza
Carlos Medrano
Fundación Jorge Guillén, Valladolid, 2023. 128 páginas

NOTA: Esta reseña se ha publicado en la revista EL CUADERNO

3.4.24

Brecht: poeta en los tiempos oscuros

En el esmerado prólogo –“La casa en llamas”– que Gómez Toré pone al frente de esta antología, el traductor se pregunta por la pertinencia en el siglo XXI de la poesía de Bertolt Brecht (Augsburgo, 1898-Berlín, 1956). Sobre todo por lo que esta tiene de política, un tópico que arrastra, se haya leído o no. Su autor, en efecto, fue un convencido comunista, más materialista que marxista, un revolucionario anticapitalista que acabó viviendo en USA, fervoroso seguidor de la dialéctica, que, digámoslo sin ambages, mantuvo en pie su ideología (en la práctica, y por momentos, decididamente siniestra) hasta el final de su vida. Partidario, por resumir, de que “lo primero es zampar, después, la moral”. Walter Benjamin opinaba que se proletizó a causa del nazismo. Pero no, no es política todo lo que reluce en estos versos o no siempre doctrinal lo que expresan, aunque nunca perdiera de vista su carácter histórico ni un deliberado didactismo de impronta horaciana (léase “Elogio del aprendizaje”), consecuencia de su firme creencia en la utilidad de la poesía: “Porque elogié lo útil, aquello / Que en mi época se consideró innoble”.
Si una antología de su obra poética exige más de ochocientas páginas (mil quinientas ocupa su poesía completa), está de más dudar de su variedad, tanto de tema como de tono. El cambio para él, explica GT, era “la sustancia misma de la vida”.
Por otra parte, y al hilo del interrogante del editor, habría que añadir a la cuestión otra variable, en torno a la recepción de su poesía en España. La de un “desconocido”, indicaba Miguel Sáenz en 1998. La de alguien de quien sólo se conoce un poema que, para colmo, no es suyo.
Si repasamos la bibliografía que GT cita, destacaremos las aportaciones de López Pacheco y Romano (Alianza, 1968), las de Forés, Munárriz y Talens (Hiperión, 1998) y Poemas del lugar y la circunstancia, de Muñoz Millanes (Pre-Textos, 2003) que fue, por cierto, la que a uno le reconcilió con una poética que hasta ese momento había rehuido. Porque la política era, precisamente, hasta entonces la línea marcada por quienes presentaban (en pleno tránsito a la democracia, no se olvide) sus versos en español. “Están cambiando los tiempos”, cantaba Luis Pastor. Y Bob Dylan, incondicional de Brecht.
Sin embargo, esta magna empresa que comentamos es otra y puede ofrecer al lector, esta vez sí, una visión de conjunto lo suficientemente amplia como para calibrar con rigor el alcance de la poesía del alemán, que fue, sin duda, un poeta genuino. Por voluntad propia, cabe añadir. A pesar de que para el público es, más que nada, un conocido dramaturgo, el sagaz, polémico crítico Reich-Ranicki lo dejó claro: “quedará de Bertolt Brecht ante todo la lírica”. Es probable.
“De circunstancia”, la califica su editor, pues la usó a modo de diario (lo que no obsta para que muchos poemas estén interpretados por un personaje poético, real o no, que es y no es él mismo) y vertió en ella, no siempre con la exigible excelencia, cuanto pasó por su intensa vida y, cómo no, por su privilegiada cabeza: vivencia y pensamiento. Eso sí, con “frialdad”, previo rechazo del sentimentalismo y de cualquier vestigio romántico ya que su pretensión era “aunar lo racional y lo emocional”. Villon fue su poeta preferido (léase “Sobre François Villon”).
Subraya también GT su modernidad, que basa en su rechazo de la poesía alemana de su época (expresionismo mediante) y de los maestros, Rilke el primero. Brecht no distingue entre baja y alta cultura, otro rasgo tal vez de postnovedad. A uno le parece que, aparte de por su inesquivable toque irónico, donde mejor se aprecia es en su defensa de lo urbano, entendiendo por tal lo que no es naturaleza (si acaso jardines) y sí ciudades y fábricas y obreros y mercado y publicidad y prisa, mucha prisa: “Yo, Bertolt Brecht, arrojado a las ciudades de asfalto / Desde los negros bosques, dentro de mi madre, hace tiempo”. Según Benjamin, fue el primer lírico importante que tiene algo que decir acerca del hombre de la ciudad”. Moderno, además, por su provocador afán de malditismo y marginalidad. Y por ser antibelicista en pleno siglo XX, al tiempo que un conspicuo prosoviético.
El editor organiza la antología (de la que ha sido copartícipe quien la ha cuidado: Jordi Doce), cronológicamente, en cinco partes: “Primeros poemas (1916-1925)”, “Los años berlineses (1925-1933)”, “Primeros años de exilio (1933-1938)”, “Los años de la guerra (1939-1945)” y “El regreso (1945-1956)”. En cada sección, poemas de sus libros (por orden de aparición) Canciones para guitarra de Bert Brecht y sus amigos, Salmos, Devocionario del hogar, Sonetos de Augsburgo, Del libro de lectura para habitantes de las ciudades, Sonetos, Sonetos ingleses, Poemas chinos, Estudios, Poemas de Svendborg, Colección Steffin, Elegías de Hollywood, Poemas en el exilio, Canciones para niños, Elegías de Buckow y poemas de La venta de latón.
Y ahí, numerosas canciones y baladas (de raíz plebeya y aire medieval, no pocas fueron a parar a sus obras dramáticas: Baal, Madre Coraje y sus hijos…), poemas de amor como “Recuerdo de María A.” (y eróticos y pornográficos), políticos (un ejemplo: “Balada del consentimiento”), pacifistas (“Leyenda del soldado muerto”), hermosas versiones de otros escritos por poetas chinos, contra Hitler (“pintor de brocha gorda”), sobre exiliados, emigrantes y desterrados (fugitivos y supervivientes como él), sobre lugares (donde mejor se aprecia su faceta, digamos, diarística), sobre el teatro (“Sobre el teatro cotidiano”, “El atrezo de la Weigel”…), su ateísmo (a pesar de que su libro favorito era La Biblia), las mujeres (un asunto que, por su presunta misoginia, le señala como objetivo de la cultura de la cancelación)…
Hombre de teatro (“para fumadores”, esto es, para el pueblo llano), el habla estaba en el centro de sus preocupaciones como escritor comprometido. La asociaba al gesto (Gestus, que GT analiza). En busca de la naturalidad, algo tan poco teatral. Prefería el “habla cotidiana”. En los mejores momentos, brilla en sus poemas un “tono seco”, esa precisa concisión que caracteriza a lo epigramático, tan de su gusto.
Es posible que Brecht sea un poeta de antología. Que haya en ingente obra poética piezas prescindibles. Lo que sí sé después de leer este libro (notas incluidas) es que fue autor de un puñado de poemas imprescindibles (“De todas las obras”, “La emigración de los poetas”, “La época de mi riqueza”, “Visita a los poetas desterrados”, “Garden in progress”, “Placeres”…) que justifican este regreso a la actualidad por encima de sus ideas y de las modas.
Sólo una pega cabe poner a la impecable traducción de Gómez Toré: que las canciones, no pocas cercanas a nuestros romances de ciego, rimadas, pierden en español la sonoridad del original. Pero mantener eso era casi imposible, aunque se aprecie, no obstante, en las canciones infantiles que la muestra recoge.
A modo de poética, este par de versos: “Y siempre creí que las palabras más sencillas / Deberían bastar”. 

No pudimos ser amables
Antología poética (1916-1956)
Bertolt Brecht
Edición bilingüe de José Luis Gómez Toré
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2023. 816 páginas. 33 €

NOTA. Esta reseña se ha publicado en el número 149-150 de la revista TURIA.

2.4.24

La Editora Regional, cuarenta años después

Aunque resulte meritoria la labor de González Perlado, Ródenas Pallarés y Murillo, los primeros directores de la Editora Regional de Extremadura, que ahora cumple cuarenta años de vida, uno asocia su verdadera fundación a la llegada providencial a ese honroso cargo de Fernando Tomás Pérez González. Fue en 1995, nombrado por el mejor consejero de Cultura que ha tenido la Junta de Extremadura, su amigo Francisco Muñoz. Fue una década prodigiosa que solo la muerte fue capaz de truncar. Los que llegamos después, salvo contadas excepciones, nos contentamos con seguir la senda que él marcó. No olvidamos que lo fundamental estriba en tener criterio.
Para empezar, y con la inestimable ayuda de otro ser singular: Julián Rodríguez, cambió la cara de los libros, empresa que va mucho más allá de un simple cambio de diseño. Su clásica elegancia tipográfica pasó a ser la genuina imagen de una marca. Paradigma de ello, la colección de Poesía.
Fernando Pérez fue un hombre riguroso, esto es, teniendo en cuenta las limitaciones –en especial, además de las presupuestarias, la de tener que contar con autores extremeños o vinculados a este tierra y la de editar libros relacionados con ella–, puso el acento en el catálogo, que es lo que hace grande o pequeño a un sello. Fue entonces, una vez consolidada su gestión, cuando el prestigiosos editor de Anagrama, Jorge Herralde, dijo que la nuestra era la mejor editorial pública de España. Consúltese a día de hoy (es accesible a través de la página web) y verán dónde ha llegado ese catálogo. Esa es su auténtica medida. Sería una temeridad entresacar tal o cual título, pero abruma el elenco de obras y autores que lo componen.
Su época coincide con la eclosión de escritores extremeños, tanto del interior como de la diáspora, que ponen por fin a las letras extremeñas en el panorama literario del país. La sitúan en el mapa, quiero decir. Autores que aceptan de buen grado incorporarse al citado catálogo.
Es también el momento de decantar colecciones. Entre las nuevas, La Gaveta, Vincapervinca y Ensayos Literarios. Cómo no mencionar entre las clásicas Estudio y Rescate. O los Cuadernos Populares, que están digitalizados en la mencionada web. O la llegada de la novela gráfica de la mano de Buñuel en el laberinto de las tortugas, de Fermín Solís.
Otro hito de la Editora fue la recuperación en facsímil de la Biblioteca de Barcarrota, proyecto que inició también Fernando Pérez, pero que, por desgracia, no pudo ver culminado.
A lo largo de estos años, la Editora no se ha contentado con publicar libros, su principal misión. Así, ha gestionado las becas a la creación y las ayudas a la edición; organizado los Premios Extremadura a la Creación, que tanto alcance tuvieron; fundado, junto a las Universidades Populares, los talleres de relato y poesía, ahora talleres literarios; y, entre otras actividades de gestión cultural, colaborado decisivamente con el Plan de Fomento de la Lectura, sobre todo en sus inicios, con el proyecto, por ejemplo, de 'Un libro, un euro' en colaboración con la prensa regional, principalmente con el diario HOY.
Lo aportado por la Editora a las dos mejores revistas literarias de la región, Espacio/Espaço escrito y Suroeste, ambas de raíz cosmopolita, es también reseñable.
Nada de todo lo dicho habría sido posible sin la complicidad de los políticos (muy alta en la época de Ibarra) y sin la callada pero constante labor de los escasos miembros de su organigrama. Destaco la meticulosa tarea de una mujer, María José Hernández, jefa de sección de la institución y alma y memoria de la Editora, donde trabaja casi desde que se fundó. Su profesionalidad es sin duda digna de elogio.

NOTA: Este artículo se ha publicado en el diario HOY

30.3.24

La Editora Regional de Extremadura: un milagro de 40 años

La entidad sopla velas y lo festejará con un programa de actos que pone en valor a los exdirectores e incluye citas en Madrid y Lisboa.

Cáceres
Viernes, 29 de marzo 2024
 
21 de junio de 1984, jueves, Diario Oficial de Extremadura número 45, páginas 520 y 521. Ante «la práctica inexistencia de empresas productoras en el sector editorial de nuestra región de un lado, y de otro la abundancia y fertilidad de creadores en Extremadura», la joven Junta presidida por Juan Carlos Rodríguez Ibarra decide crear la Editora Regional, «con carácter de servicio público y finalidades estrictamente ligadas a su compromiso de hacer llegar la cultura a los ciudadanos». El texto, el DOE y la fecha son historia de las letras extremeñas. Y españolas, podría añadirse. Sin chovinismo. Es solo eso, historia: no hay en el país una editora pública autonómica similar. Las hay públicas, claro, pero no con la actividad y el bagaje y el catálogo de la extremeña, que este año soplará cuarenta velas y lo celebrará.
Lo hará «perfecta de salud», dice Antonio Girol (Cabeza la Vaca, 49 años), que está al frente de ella desde hace seis meses. «Tiene -resume él- la vitalidad de los cuarenta, la madurez suficiente y a la vez el vigor de la juventud que aún no le ha abandonado». «En este tiempo, la Editora ha logrado establecerse, tiene el poso importante que dan cuatro décadas pero es joven y mantiene el vigor», añade su undécimo director. Le antecedieron Gregorio González Perlado (1984), Jaime Álvarez Buiza (1984), José María Ródenas Pallarés (1985), Miguel Murillo (1993-1995), Fernando Tomás Pérez (1995-2005), Álvaro Valverde (2005-2008), Luis Sáez (2008-2011 y 2019-2023), Rosa María Lencero (2012-2015), Eduardo Moga (2016-2018) y Francisco Amaya (2018-2019). También ha tenido cuatro coordinadores en distintas etapas: el citado Ródenas, Charo Calvo, Jesús García Rubio y Elías Paule.
Figura esta información en la web de la Editora, que en el ámbito digital, tan popular y celebrado, vive en otro siglo. El portal es de los albores de Internet, parece protodigital, es un anacronismo, una antigualla por su aspecto, no tanto por su contenido, que da la pista sobre la riqueza de los fondos. Bajo el sello han publicado Landero, Cercas, Valverde, Hidalgo Bayal, Pureza Canelo, Ada Salas... Y entre sus colecciones hay joyas como los 'Cuadernos populares', que quizás puedan volver a tocar y leer y oler, disfrutar al fin, quienes visiten la muestra itinerante que se organizará con motivo del 40 aniversario.
«Será una exposición humilde», anticipa Girol, que lleva mesas enredado en el ovillo de preparar un cumpleaños como este, en el que tendrán un papel destacado los exdirectores. «Desde el primer momento tuve claro que había que darles protagonismo, ponerles en valor, y que ellos debían ser el hilo argumental del relato de estos cuarenta años». Esta premisa explica que vaya a haber uno de ellos en cada uno de los cuatro actos que se han organizado, dedicados a los cuatro anaqueles en que puede dividirse la librería de la Editora: poesía, narrativa, ensayo y por último, literatura infantil y juvenil.
Las citas serán en Llerena, Navalmoral de la Mata, Casar de Cáceres y Barcarrota (se presentará una edición facsímil de un libro sobre la Biblioteca de esta localidad). Habrá además otros dos actos: uno en Lisboa con autores extremeños y lusos que han publicado en la colección 'Letras portuguesas', y otro en Madrid, en la sede del Instituto Cervantes, con algunos de los escritores de la región más conocidos fuera de ella. También se conmemorarán las cuatro décadas de vida en las ferias del libro de Badajoz, Cáceres, Mérida, Plasencia, Don Benito y Zafra. 
«Hemos querido que los cuatro actos con poetas y escritores, además de exdirectores, no sean en las ciudades más pobladas de la comunidad porque la Editora es de todos los extremeños, y entendemos que también es oportuno llevarla a esas otras localidades no tan pobladas pero igualmente importantes», explica el director, que cree que los principios fundacionales de la Editora siguen muy vivos.
Aquel DOE del segundo día del verano del 84 recogía como el primero de sus fines «propiciar a los creadores e investigadores extremeños la edición y difusión de sus obras». Y eso, apunta, Girol, continúa en la cabecera del día a día en sus oficinas. Se usa el plural pero podría cambiarse por el singular, porque en un único despacho cabría toda la plantilla. La forman Girol, Laura Mahedero (auxiliar administrativo), 'Pepi' Martínez (almacén, o distribución si se prefiere), Diego Sosa (ordenanza al que ahora echa una mano José Manuel) y alguien especial: María José Hernández, que hace un poco de todo.
Todo el que conoce o ha conocido la Editora Regional de Extremadura y tiene que hablar de ella, cita a María José. Y unos y otros repiten los elogios: prudente, sensata, muy trabajadora, equilibrada, buena compañera, positiva, dispuesta, paciente, tranquila, dotada de una mano izquierda especial para lidiar con el ego que tanto abunda entre los escritores... «El día que ella falte, hay que cerrar la Editora», bromea alguien que la conoce tan bien que sabe que tanto elogio por escrito le causará rubor. «Es el alma máter de la Editora», contextualiza Antonio Girol, que tenía nueve años cuando nació el organismo que ahora preside, un feliz invento cultural que ha sobrevivido con lo mínimo a presidentes, consejeros, crisis y recortes. Algo parecido a un milagro.

Cuatro autores a los que coger la pista
¿A qué autores no tan conocidos que publican con la Editora Regional de Extremadura hay que coger la pista? La pregunta es un marrón para Antonio Girol, pero el director se moja y da cuatro nombres: Xavier Rosell (autor de 'Lander'), Carlos García Mera ('El contorno del eco'), Sandra Benito ('Ciudad abierta') y por último, su debilidad, la más joven de los cuatro con solo 21 años: Irene Reviriego ('Trenzas de invierno'). Seguramente, todos ellos acabarán pasando antes o después por 'Ex libris', el podcast de la Editora, disponible en Ivoox y Spotify. Es una de las nuevas formas de seguir cumpliendo con el fin primero de este organismo: promocionar a los autores de la región. Lo sigue haciendo también a través de iniciativas con un recorrido importante, como el Plan de fomento de la Lectura, el certamen 'Te recomiendo un libro' o la colección Orbital, de libros digitales gratuitos.

24.3.24

Por derecho

DRR (Valencia de Don Juan, 1995) es autor del desechado Paréntesis y de las plaquettes Cancionero en vida de Laura (“veinticinco sonetos neopetrarquistas”) y Que trata de España.
En el prólogo, Jon Juaristi cifra el entusiasmo por esta poesía de filiación borgeana en su “amor a la métrica” y “la desconfianza ante los sentimientos demasiado hinchados”. Alude al entendimiento (“la poesía debe ser pensamiento”) y la memoria (“que tiene que ver con la tradición”). Recuerda la recomendación de Auden: procurarse un Modelo (los maestros) y un Censor (el poeta como crítico).
Una sutil melancolía flota sobre la atmósfera de un libro donde el poeta habla de sí y de los otros.
Se abre con “Poética”: “porque cada jornada lo es de incertidumbre / y el porvenir asusta (…) quiero dejar constancia de lo bello que he visto, / de sentimientos nobles y manos que se abren / con su verdad de ofrenda, sin engaño ni usura”. “Que verdad y belleza no queden sin decirse”.
Lo autobiográfico (el “ego”) está presente en “Poeta menor”, “Helada en sazón” (la juventud), “Síndrome de Estocolmo (la infancia) o “The storage dealer”. Lo civil e histórico (la “otredad”), en “Hombre masa”, “A un soldado de la Generación Perdida”, “20 de marzo de 2003: Ibarrola, kánpora”, “Alfonso X” o “Zeitgeist”.
El amor, en “Prehistoria sentimental”, “Primer amor” y “Rima”. Lo religioso, en “Oración por los que no creen” y “Reinterpretación de cinco pasajes del Génesis”.
Porque ”la claridad es don”, el lenguaje es rico y preciso, propio del clásico que anticipa Juaristi. Porque ha leído, el libro está lleno de referencias y juegos literarios. De lecturas y monólogos dramáticos. En “Tríptico de Astorga” (los Panero), “Fray Luis de León, 1590”, “Cuatro Rubaiyat”, "Quevedo", “13 de febrero de 1837”, las traducciones de Dickinson y Blanco-White... Qué gran comienzo. 

Daniel Rodríguez Rodero
Renacimiento, Sevilla, 2023. 80 páginas, 12 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.

21.3.24

Vocación de permanencia

La coherente trayectoria del granadino Carvajal (Albolote, 1943) es tan larga como fructífera. Nunca ha dejado de ser un genial verso suelto de la poesía española contemporánea. Reconocido con los premios Nacional y de la Crítica, presenta ahora, de la mano de la acharolada colección Letras Hispánicas –¡ya era hora!– y en una solvente edición de Francisco Silvera, un florilegio que pretende dar a conocer lo sustancial de su poesía (330 poemas, algunos inéditos), tanto al lector joven o despistado como al que ha seguido con fervor su compleja obra, siempre nueva.
En una significativa composición titulada “Poética” decía: “Nada más bello, pues, que hacer un buen poema. / Los poemas se hacen, ¿verdad?”. Sí, porque “La palabra es un bien que se trabaja, gema / –me opuse– que me exige precisa orfebrería / para su exacto engaste”. Por eso, para “tan delicada y exquisita tarea”, con el fin de “tallar la idea” y a la busca de la perfección (“pulcrismo”), Carvajal ha optado por la vía barroca, que, en su caso, doctor en Filología y experto en Métrica, se afianza en el profundo conocimiento de la tradición (con la que dialoga) y de sus múltiples recursos retóricos (“técnicas vicarias”, dice), de ahí su inevitable modernidad innovadora. Propia de un clásico. Sus sonetos lo acreditan. De quien aúna forma y contenido, sonido y sentido, aunque algunos se empeñen en destacar su faceta virtuosa.
A su lado, como sombra, la música. Lean sus versos en voz alta. Y la felicidad y la alegría como coadyuvantes del “epicureísmo poético” que caracteriza su exigente manera de “dezir”. Una poesía amistosa y vividera, de humanista conviviente, “donde cabe todo cuanto sea defensa y afirmación de la vida, denuncia y rechazo del mal”. A favor de “lo bien dicho”, como le enseñó su maestro Aleixandre.
 
Nos diferencia el cuerpo
(Antología 1968-2022)
Antonio Carvajal
Edición de Francisco Silvera
Cátedra, Madrid, 2024. 536 páginas. 22 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.

20.3.24

El oficio del espíritu

 

Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) comentaba en una entrevista: “Utilizando una imagen del poeta peruano Eduardo Chirinos, percibo mis libros como planetas solitarios que giran alrededor de su propio eje, pero sometidos todos a unas mismas leyes de movimiento, a un orden cosmológico superior que no es otro que la idea que yo tengo de la poesía. Concibo la creación poética como una especie de diario del espíritu, como una forma de anotar y de poner en relación la vida de uno mismo con el mundo que nos rodea tal y como el poeta consigue percibirlo a lo largo de las diferentes etapas por las que va pasando”. A la pregunta de en qué tradición poética se inscribe, contesta: “Podría ser en la poesía del fervor, como la llamaría el poeta polaco Adam Zagajewski, o en la poesía del entusiasmo, como querría Hölderlin”.
Conviene precisar que la poesía del cacereño se dispone como un continuo, una manera de decir propia que se transmite a través de un lenguaje versicular y rítmico, claro y austero (“Amo la austeridad de los que escriben / como el que excava un pozo”), pero altamente imaginativo, que parece el fruto de la más elevada inspiración (aquella que linda con la mística), alegórico en todo caso, construido con palabras comunes que remiten a conceptos metafóricos y simbólicos complejos y con el uso de versos que podrían pasar por aforismos. Allí lo temporal y lo espacial (aunque aquí quepan más los términos intempestivo e inespacial) se diluyen para conseguir el protagonismo del misterio, una palabra clave para entender esta poética del mito y el enigma.
Sus libros, armonizados con un hombre de talante contemplativo, tienen un “carácter de libro de meditaciones”, de “cuaderno de campo de un naturalista” que ha sido escrito con lentitud (“Amo lo que se hace lentamente”) en soledad (“Siempre supe estar solo”) y silencio (“El silencio es la elegancia absoluta”). A la tradición meditativa se adscribe esta poesía del pensamiento sintiente. Lo que no obsta, como señala su maestro Antonio Colinas, para que tienda “a lo surreal, al irracionalismo”.
Su tono es hímnico. Hay “una celebración tenaz de lo que existe”. Porque, evocando a Claudio Rodríguez, “El mundo se nos revela siempre en un estado / de perfecta ebriedad”. A veces se tiñe de melancolía.
Se distingue por su alta carga humanística. Ya lo dijo Miłosz“la poesía pertenece sin duda a la tradición del humanismo y queda indefensa ante la barbarie común”. Y por su impronta ética, en términos lévinianos: “una forma de asumir (…) la existencia de los otros / como si fuese tuya”. A favor de la humildad: “me dedico a lo poco”. Adopta la franqueza del autorretrato.
Reflexiona sobre el propio quehacer poético y atiende a la frágil figura del poeta. “La poesía no explica ni argumenta. / La poesía sólo llama a las cosas”. Es “el oficio del espíritu”.Escribir un poema es andar sobre las aguas, / confiarnos a lo bueno del mundo”, dice. No es raro que sostenga: “Uno escribe un poema para sentirse vivo”. Y “para que otro descubra que está vivo”.
Médico intensivista en plena pandemia, logra crear en su último libro una atmósfera que no es ajena a esa penosa circunstancia de las “negociaciones con la muerte”. Por ventura, “siempre hay alguien que cuida”.
Defiende la casa –un “arca”, un refugio– y el “fervor de lo vivo” que alienta en su jardín donde dialoga al atardecer con plantas y animales, franciscanamente.
“Pertenezco al linaje de los tímidos”, confiesa, y que “fuera de la poesía es muy difícil, / para un simple poeta, hacerse comprender”.

NOTA: Este texto (ilustrado con un retrato del autor realizado por Maribel Muriel) introduce una amplia selección de poemas de Basilio Sánchez publicada en el número 804 de la revista El Ciervo. Es la tricentésima décima primera entrega de su Pliego de Poesía

15.3.24

Lo que cabe en el poema

Este libro, el segundo que publicó en 2023 el fraile franciscano y profesor de literatura bíblica Víctor Herrero (Salamanca, 1980), es el último de una colección ejemplar que ha dirigido con acreditada solvencia el poeta José Mateos durante una década. No podía clausurarla mejor.
Con el otro, Lo que busca la abeja (Reino de Cordelia), su ópera prima, se alzó con el premio que lleva el nombre de su ciudad natal.
Diré pronto que La balanza me ha sorprendido gratísimamente. Toma su título de una cita de Christian Bobin que lo abre (traduzco aproximadamente): “Escribo con una balanza minúscula como las que utilizan los joyeros. Sobre un platillo deposito la sombra y sobre el otro la luz. Un gramo de luz hace contrapeso a varios kilos de sombra”. 
El adjetivo “franciscana” (que utilicé para hablar de la de Basilio Sánchez) le cuadra muy bien a su poesía. La claridad y la sencillez como claves de una poética sobria y humilde que no tiene nada de simple. Léase “Los matices de las cosas”. La de alguien que afirma que “nada he hecho mejor / que dormir desnudo y confiado”. Centrada en la enfermedad y muerte de su madre, asunto que trata con un amor y una delicadeza dignos de encomio: “Acaricio la nuca de mi madre / en la sala de espera del oncólogo”.
Pero hay mucho más en este libro logrado. Lo dejo en manos del lector. Me niego a hurtarle el placer de descubrir cuanto esconde, y no precisamente por complicado o hermético. “Todo tiene que ver con las palabras”, escribe. Y: “Creo que en lo real está la dicha”. “Celebra todo lo que no posees”. “No ha amado quien no ama para siempre”.
La balanza seguirá cerca de mí. Su relectura y frecuentación es de momento una necesidad. 
 
La balanza
Víctor Herrero
Libros Canto y Cuento, Jerez de la Frontera, 2023. 94 páginas. 15,00

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.


11.3.24

Álex Susanna dixit


No ha dejado nunca de escribir poesía, le comenta Francesc Bombí-Vilaseca a Álex Susanna en una entrevista de La Vanguardia con motivo de la publicación de un nuevo dietario, La dansa dels dies, y de su último libro de poemas, Tot és a tocar. El poeta catalán, que se confiesa enfermo de cáncer, contesta: "La poesía está muy vinculada a experiencias que suponen algún tipo de revelación, de iluminación, de epifanía, y estaremos de acuerdo en que a medida que pasa el tiempo las posibilidades de tener revelaciones son menores y eso explica que el ritmo de escritura poética decaiga. Por otra parte, a diferencia del dietario, que escribo cuando quiero, el poema más bien es él quien llama a la puerta, de modo que, y hace muchos años que lo digo, si al cabo del año he conseguido escribir 4 o 5 poemas, ya me doy por satisfecho. Es que no hace falta más. Frente a autores que caen en una especie de incontinencia, sobre todo hacia el final de sus vidas, yo soy de la opinión que por una parte un exceso de producción puede estropear la voz poética, como dijo Montale, y por otra, como decía Gil de Biedma, por cada cinco o seis poemas que dejes de escribir, quizá escribirás uno bueno. Quiero rehuir esta incontinencia o verborrea en la que grandes poetas han caído. No tengo ningún interés en eso". 
Más adelante, el periodista alude a la acción de "recortar", a propósito de un comentario anterior donde Susanna se preguntaba retóricamente: "Los poetas que más nos gustan, ¿por cuántos poemas nos gustan?". Recortar, "sí, y callar y solo escribir cuando realmente no puedes evitarlo. En eso soy un poco rilkeano, creo que uno de los consejos principales que da en las Cartas a un joven poeta es 'deja de escribir, escribe solo cuando no puedas dejar de escribir'. Entre un poeta y sus lectores tendría que haber un cierto síndrome de abstinencia, porque el caso contrario lo he visto en nombres muy potentes, como el mismo Estellés, Brossa, Miquel Martí i Pol, o incluso el último Margarit. Llega un momento que piensas: 'Tranquilizaos', porque no me hace ninguna ilusión un libro nuevo, si aún estoy digiriendo el anterior, eso no tiene ningún sentido. Ferrater, Gil de Biedma, Larkin o Kavafis, cuatro poetas que han pasado a la historia, escribieron tres libros y un centenar de poemas. Más que suficiente".

NOTA: La fotografía que ilustra esta entrada es de Ana Jiménez, para La Vanguardia.

9.3.24

Cuatro nuevas entregas de "El Pirata"

La colección didáctica El Pirata, de la Editora Regional en colaboración con el Grupo de Investigación de Literatura Infantil y Juvenil de la Universidad de Extremadura, sigue adelante y uno lo celebra. Cuatro nuevas entregas (cada vez mejor diseñadas) llegan a las librerías. Se trata de las antologías de Catalina Clara Ramírez de Guzmán (Llerena, 1618-1684 u 85), Luis Álvarez Lencero (Badajoz, 1923-Mérida, 1983), Carmen Hernández Zurbano (Salamanca, 1976) y Basilio Sánchez (Cáceres, 1958). 
Las dos primeras están ilustradas por Mayte Alvarado y las otras por Leticia Ruifernández

Para muchos, la poesía de la llenerense Ramírez de Guzmán, irónica y burlona, será una sorpresa. Tampoco creo que sea muy conocida la comprometida obra de Lencero, forjador y poeta, que con Jesús Delgado Valhondo y Manuel Pacheco forman el trío más conocido de la poesía extremeña de postguerra (los "cabezones" de la escultura pacense situada en la glorieta que hay bajo la Alcazaba, junto al Guadiana). Más interesantes me parecen los florilegios de Hernández Zurbano y Basilio Sánchez


La primera acota la muestra a los años 2011 y 2021. Por cierto, quiero llamar la atención sobre un libro suyo que acaba de publicar La Moderna (Los libros de Olimpia. Colección de narradoras y ensayistas secretas): Tengo la barriga cuadrada y la cabeza llena de lombrices donde se mezclan el diario, la poesía, el ensayo y la antropología, lo que da como resultado un libro singular que me ha sorprendido muchísimo. Por cómo está escrito (¿será verdad que la mejor prosa la escriben los poetas?) y por la lucidez que arroja cuanto dice. Sobre la enfermedad, su oficio de médico pediatra, la situación de la sanidad pública, la condición femenina, etc. Me extraña, en fin, que la repercusión haya sido tan escasa, más allá de que la editorial que lo publica sea pequeña e independiente. 

Descubrir a estas alturas la poesía de Basilio Sánchez resulta un despropósito, si bien nunca está de más volver sobre ella, sobre todo si, como en los casos anteriores, los poemas vienen acompañados por sugerentes y logradas ilustraciones. 
Ojalá los jóvenes estudiantes, verdaderos destinatarios de la colección, se acerquen a estos libros. Eso sí, me temo que la complicidad de sus profesores será necesaria. Ánimo.

7.3.24

La belleza del viaje

Sobre el azar del mapa
 se articula en torno a la reelaboración de los recuerdos suscitados por dos viajes, uno a Sofía, la capital búlgara, y otro a Grandson y Ginebra en Suiza. Recordar es volver a pasar por el corazón y es justo eso lo que lleva a cabo Álvaro Valverde en los poemas que conforman las dos partes del libro, Cuaderno de Sofía y Cuaderno suizo. Al volver a pasar por el corazón y al transformarse en materia poética la memoria se (re)inventa, manteniendo a la vez la precisión, rasgo determinante de la poesía, como tan acertadamente señalaba Joan Margarit.
Según señala el autor en el epílogo, el hecho que los poemas de ambas partes no tengan título sino que se sucedan numerados "dan a entender que son fragmentos de un poema único". La continuidad apunta a la construcción de un efecto de fluidez, a la elaboración de un lugar mental simétrico al geográfico, un lugar que es a la vez un tiempo (el tiempo interior en el que recreamos o revivimos el tiempo físico de un viaje).
Cuaderno de Sofía da cuenta de un viaje de invierno y eso es importante. En las ciudades del este de Europa la nieve, tan presente aquí, es un elemento decisivo del imaginario urbano y también sentimental: "Cae la nieve/ con esa parsimonia que le es propia/ a este tiempo feliz e intempestivo". La imagen de un árbol deshojado, impresionante en su fragilidad, "deslumbra": "Desde el hotel,/ un árbol deshojado/ sostiene su belleza/ en esas ramas/ dibujadas de blanco/ por la nieve./ Contra los muros grises/ nos deslumbra". La poética del fulgor es fundamental en Sobre el azar del mapa: los recuerdos refulgen como fotografías vívidas, alumbran el fluir vital con su fogonazo en un perpetuo presente. Cabe destacar en este sentido que el tiempo de los poemas es el presente, que se describen las imágenes como se estuvieran contemplando en el mismo momento de su escritura, construyendo así un efecto muy eficaz.     
Al viajar aprendemos "que se hizo la distancia/ para amar lo recóndito", que ciudades lejanas destilan un imaginario afectivo que envuelve nuestra intimidad, un imaginario podemos incorporar a nuestras geografías interiores. Si desde Rimbaud sabemos que Je est un Autre, la vivencia del viaje nos proporciona de manera corporal la sensación de llevar en palimpsesto la propia ciudad al recorrer una distinta y la experiencia y el sueño de ser otro: "Lleva uno a otra ciudad/ su ciudad dentro./ Con ella la compara./ En ella sueña/ ser siquiera unos días/ alguien que es otro". El paisaje urbano es inseparable de la historia colectiva, que juega un papel destacado en Sobre el azar del mapa, especialmente en Cuaderno de Sofía: "Aquí en la periferia,/ que es donde las ciudades se confunden,/ aprecia uno a las claras la fealdad/ de esa arquitectura comunista/ que encontramos también en las afueras/ de Bucarest, de Praga o de Varsovia./ La tosquedad opuesta a la belleza". Una desoladora historia que proyecta sus sombras sobre el presente, cuya luz es "precaria y triste" y construye la melancolía como rasgo definitorio del ambiente: "Sin embargo, es la melancolía/ el verdadero genio del lugar./ El presente proyecta una sombra pesada/ que oscurece la espera de un amable mañana./ No basta con soñar lo que es posible".
Si en Cuaderno de Sofía leemos "Toda vieja ciudad guarda un secreto./ También esta", el secreto es también un núcleo de significación fundamental en Cuaderno suizo: "¿Qué secretos esconden esos cuartos/ donde vive el misterio de la noche?". El secreto es consustancial a la poesía (cabe recordar en este sentido que Joan Margarit hace unas magistrales reflexiones sobre el misterio y la poesía en su ensayo Un mal poema ensucia el mundo). Estamos hechos de tiempo ("una música que es tan enigmática/ como este tiempo del que estamos hechos") y vivimos en la casa de la poesía: "Si la poesía es una casa/ esta es por demás habitable". Incluso los trayectos que no recorrimos se convierten en materia poética: "Añoro ahora el paseo que no di/ por la orilla del lago Nêuchatel". 
Al recorrer Ginebra se reviven las huellas de autores como Borges, Costafreda, Sucre, Zambrano, Valente, Gimferrer o Duque, se toma conciencia en los magníficos versos finales de que se trata de "Tonos de la poesía, delicados,/ y por eso capaces de rendir la derrota". Sobre el azar del mapa es un libro de una belleza sobria y serena, una melancolía vital y luminosa.  

Ioana Gruia

infoLibre. 6 de marzo de 2024 

5.3.24

Fin del expurgo

Un mes después, así está el trastero que alquilé. Casi lleno. Su capacidad: 3,5 metros cuadrados. Se puede decir que he terminado con el expurgo de la biblioteca. Ha sido duro, y no sólo por lo que cuesta desprenderse de libros y revistas. He acarreado muchas cajas. Y cómo pesa el papel impreso. Por eso suele ser lo peor de las mudanzas, bien lo sé, algo que se evita la mayoría de los españoles a tenor de los resultados de los índices de lectura. 
Muchos viajes, sí, hasta el polígono, en un coche transformado en ocasional furgoneta. Otra cosa no, pero al menos maletero...
Ya sólo queda ordenar algunas baldas, reunir las obras de determinados autores que admiro especialmente y, me temo, meter en cajas (gracias, Álvaro; gracias, Paco) algunas cosas más. Revistas, por ejemplo. Y más papeles. El dilema es qué mantener; decisiones que a quien lea le parecerán inanes pero que a uno le han desvelado algunas noches. 
Ah, las novelas expurgadas no han ido a parar al trastero. Van a ser donadas. Tendrán nuevos lectores, y eso me alegra. Me he quedado con muy pocas. Nunca fui un lector habitual de narrativa, a qué negarlo. Y si la biblioteca, como dijo Manguel, es una suerte de autobiografía, quiero que la de uno se parezca, sin trampas, a quien la formó. A estas alturas de la vida...
Algo ha ido a parar a la basura. Al contenedor azul. Poco. Libros, ninguno. Y no ha sido por falta de ganas, que conste. Me alivia saber que ya no están aquí. Es bastante. 
En los últimos años, por aquello de la crítica, ya no decidía uno qué entraba en casa. O no siempre. Por eso, y por tantos años de lectura, esta era ya una biblioteca ingobernable. 
Sigo dándole vueltas a qué hacer con esas cajas y con lo que permanece aquí. Eso que, pomposamente, compone el legado de uno. Además de libros y revistas, fotografías, correspondencia y demás documentos del desordenado archivo. Los lectores de Trapiello tememos ese final que tantas veces ha descrito en las páginas de sus diarios: la liquidación total. En el Rastro o en cualquier otro baratillo. O ni eso. Tampoco me gustaría dejar ese engorro a los míos.
Gonzalo Hidalgo Bayal se ha referido más de una vez a que quienes no nacimos a biblioteca puesta -la inmensa mayoría de los españoles que llegamos al mundo antes de los setenta del siglo pasado- hemos ido acumulado al cabo de los años, apasionadamente, demasiados volúmenes. Aquellas carencias propiciaron, seguramente, estos excesos. No me arrepiento. Nunca me consideré un coleccionista. Ni un bibliófilo. Han sido libros buscados y leídos, salvo las referidas excepciones. Ahora me rodean los que más quiero y hasta es posible que localicé tal o cual, lo que no resultaba nada fácil hasta hace treinta días. Un alivio. La satisfacción supera con creces a la pena. Laus Deo.

4.3.24

El mejor tributo

Hace treinta años que Moreno (Alicante, 1964) publicó su primer libro. Le han seguido quince. Los últimos, Unos días de invierno, Más de mil vidas y Lo inesperado. En Intervalo reunió su poesía y en El viaje de la luz la antologó. También ha publicado prosas: diarios, crítica… Las más recientes, Estar no estando (Un viaje extremeño), El sueño de los vencejos y Visita de año nuevo.
Su poesía confirma, en palabras de Trapiello (uno de sus editores), que “la naturalidad es a menudo la facilidad de lo difícil”. Y no es sencillo hablar del alma (“Porque escribir es eso: oír el alma”). Ni de “lo invisible”. Menos aún hacerlo con humildad (“Hacia esa pequeñez que transfigura / en transparencia todo cuanto existe”) y cercanía. Una gota de agua, por ejemplo, motivo del deslumbrante primer poema. Y la colada, una tormenta o gorriones. Hay que “detenerse a ver bien sin prisa alguna”. Situarse ante “la realidad, que nunca nos espera, / porque siempre amanece extraña, incógnita”. Desde una ventana. “Un ojo es luz / mirándose a sí misma”. “Escuchas, ves, atiendes”. Eres “testigo”. Porque ”quizá la noche exista / sólo para que suene / el eco de ese autillo”. Antes de que desaparezca para siempre “la estela blanca de los años idos”.
Ocupa la segunda parte, un extenso monólogo dividido en dieciséis fragmentos, escrito, diría, en estado de gracia. Se ajusta a la cita de Machado que lo abre: “Converso con el hombre…“. Un Dios, al que habla, sí, pero al que también niega y refuta. Ausencia y presencia: “oírte cerca y nunca darte alcance”. “Cada día converso con mi muerte”, escribe, aunque la “ignoro”. “Mi fe son mis sentidos escuchándote”, revela.
Leemos que con Al Dios sin nombre “su autor concluye la publicación de poemas”. Lástima. Eran su “espejo”.
 
Al Dios sin nombre
Antonio Moreno
Cálamo Ediciones, Palencia, 2023. 64 páginas. 12 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.